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Orar por niños con autismo

Hace unos días en medio de un congreso Miguel Horacio, un amigo y yo, hablabamos de sanaciones que hemos visto y que en algunos casos, científicos señalan que no tienen cura, entre ellas, las enfermedades mentales.

Hace un tiempo fuimos a orar por un niño a una casa; no sabíamos la condición por la cual oraríamos, sin embargo, al llegar a casa, encontramos a una abuelita con su nieto inquieto; pero lo que era inicialmente una ligera inquietud, pasó a ser un caos por los gritos del niño. Como psicólogo, empecé a buscar en mi banco de datos mentales distintos cuadros en los cuales podría enmarcar al niño, llegué a una hipótesis de que podría ser autismo, pero sin saber de qué nivel.

La abuela del niño, logró calmar al niño (esto lo supe porque bajaron los gritos) y minutos después llegó la mamá y el abuelo del niño, y al traerlo donde estabamos nosotros, el niño me miró, corrió hacia donde mí, me abrazó y se echó a mi cuello. En ese momento mi hipótesis se sue al suelo porque los niños con autismo no hacen esas cosas y mucho menos con desconocidos; no me contuve y le pregunté a la madre cuál era el diagnóstico del niño y me dijo con certeza y claridad el nivel de autismo que el niño tenía y lo complicado que era manejar eso en casa. Le pregunté que si esa conducta era normal, de que un desconocido lo cargue y abrace y de manera sincronizada, todos dijeron que no, que no hacía eso y que a veces ni si quiera con sus padres.

En ese momento Miguel Horacio y yo nos miramos y él le dijo a la familia que aparentemente ya Dios habí a comenzado a obrar; nos regaló una señal de la obra de sanación de lo que quería hacer en aquella familia. En ese momento empezamos a orar por el niño mientras estaba en mis brazos y luego él se bajó y se fue a buscar juguetes para mostrármelos; mientras jugaba con él, todos oraban y luego, se pone de pie y se va a los brazos de Miguel Horacio; luego vuelve a mis brazos y al final, aquello fue un desbordamiento de ternura de parte de Dios.

Honestamente admito que aquella experiencia, desafió mi fe, me confundió y me dejó fascinado por la manera en la que el Señor manifiesta su amor y ternura. Al concluir la oración, hablamos un rato con los padres y les enseñamos a orar por el niño, hablamos un poco del Señor, compartimos testimonos y nos fuimos. No sabemos en la actualidad qué pasó después o cómo se encuentran actualmente, lo que sí sabemos es que aquel día, Dios nos sorprendió a todos mostrándonos (sobre todo a mí) que en el mundo no hay ningún diagnostico cerrado o definitivo, porque el Señor siempre trasciende las barreras de la ciencia.